Pablo Berger, director de cine de Blancanieves y Abracadabra

El cuento es mi inspiración, todo lo que hago en mi carrera son cuentos.

Soy un contador de historias

Pablo Berger es un director bilbaíno que lleva 30 años haciendo cine. Se instaló en Madrid en 1999, después de haber estudiado en la prestigiosa Universidad de Nueva York, donde se han formado nombres tan reconocidos como Scorsese, Jim Jarmusch, Oliver Stone o Spike Lee. También ejerció de profesor en la Academia de Cine de Nueva York.

El cineasta nacido en 1963 ha rodado hasta el momento tres largometrajes: Torremolinos 73; Blancanieves (premiada con 10 Goya en 2013, entre ellos mejor película) y Abracadabra. Berger cuenta que lo que quiere “es emocionar al espectador y que tenga un viaje, que durante 90 minutos se evada de este mundo y se meta en otro lugar, que viaje en el tiempo y el espacio”.

Su última película Abracadabra (estrenada en agosto de 2017) inauguró la 34ª Semana de Cine Vasco organizada por Fundación Vital (“Es una pena no haber podido estar y presentar la película”, nos dice). Además, el director de cine nos confirma que “el cine vasco está en un gran momento. Los vascos por naturaleza somos parcos en palabras y escribimos con imágenes: hay grandes escultores, pintores y directores vascos”.

Tiene Berger una voz cercana y simpática que nos invita a mantener una interesante conversación sobre el mundo del cine y su experiencia.

 

¿Qué te aportó Nueva York como ciudad y como estilo de vida en tu crecimiento como director de cine?

En mi caso fue fundamental. Fue una oportunidad única. Me fui a Nueva York en el año 90, mucho antes de la época de Internet y cuando era la capital artística y cultural del mundo. Dejé mi habitación en casa de mis padres con mis pósteres de cine y me lancé a la aventura con veintitantos. Descubrí esta gran ciudad.

Fueron 4 años maravillosos. No solo en cuanto a la educación, si no al hecho de vivir en una ciudad como Nueva York y lo que esta ofrece. Descubrí cineastas y fui a exposiciones de cine. Era una sociedad que en aquel momento estaba mucho más avanzada que la española, más progresista. Y fue una experiencia vital fundamental. Fueron unos años clave en mi vida.

Después de 9 años viviendo en EE.UU., ¿cómo das el paso de regresar y filmar Torremolinos 73, tu primer largometraje?

El guion de Torremolinos 73 lo escribí en Nueva York. Hay un momento en el que me planteé dónde filmar la película, y ahí mi mujer tuvo un papel fundamental. El guion ubicaba la historia en Torremolinos, pero yo lo podía haber llamado Las Vegas 73 y haberlo hecho en EE.UU. Creo que la esencia de las historias tiene que ser universal.

¿Cómo viviste el regreso a España? 

A finales de los años 90, llegué a Madrid y empecé la peregrinación con este guion. Venía muy hinchado, muy bilbaíno, con mi título en cine, con un guion que yo pensaba que era el mejor que se había escrito nunca. Y resulta que me encontré con muchas puertas que se cerraron. Nadie creía que una ópera prima con el tema de la pornografía, los 70, Franco, el costumbrismo y de presupuesto elevado fuera un proyecto factible o comercial. Fueron muchos años de lucha, de pelea, de empezar de nuevo.

Para ser director de cine, ¿hay que tener mucha paciencia y esperar tu oportunidad?

Curiosamente en la carrera de todo cineasta te dicen muchísimas veces NO, pero lo que tienes que encontrar es un SÍ. Y yo lo encontré, pero aún así fueron 5 años de mi vida. Afortunadamente, como en casi todos los cuentos, Torremolinos 73 tuvo un final feliz. Estrenamos en Málaga y ganamos un montón de premios, fue un éxito de taquilla. Se vendió en todo el mundo, e incluso llegó a hacerse un remake en China. Una de esas marcianadas de las que me siento extrañamente orgulloso. Creo que soy el único español que han tenido un remake en China.

Para su primer corto Mama, se inspiró en un comic de Vuillemin. Para Blancanieves en una fotografía de enanos toreros del libro España Oculta de Cristina García Rodero. Para su última película, Abracadabra, en una anécdota de hace 30 años en las que hipnotizaron a un amigo suyo en unas fiesta de pueblo.

¿En cualquier momento y lugar estás preparado para encontrar la gran idea?

Una característica común de los directores de cine es la curiosidad. Todas las mañanas leo la prensa al menos durante 1 hora para saber qué ha pasado. Eso es fundamental.

Vivo la calle, cojo el metro, paseo, estoy atento a todo lo que ocurre. Leo mucho, voy a exposiciones, veo muchísimo cine, escucho música. Curiosamente la del cineasta es una profesión que abarca todas las disciplinas artísticas. Todo me atrae: el diseño, la moda, el diseño gráfico e industrial, la interpretación.

De todas las especialidades que intervienen en tu profesión, ¿qué es lo que más te interesa?

Por encima de todo, lo que más me interesa es contar historias. Soy un contador de historias. A medida que avanzo en mi carrera, creo que todo lo que hago son cuentos. El cuento es mi inspiración. Intento que mis relatos sean sencillos: que tengan un héroe, un objetivo, un pequeño “mensaje» al final, que la historia sea algo más que lo que está en la superficie.

De alguna manera los cuentos me ayudan. Lo que sí que intento es que haya algo diferente: en la forma de contarlo, en el aspecto visual, en el montaje, en la mirada. Intento hacer algo nuevo con los cuentos de toda la vida.

Incluyes esa sorpresa en tus películas de la que has hablado en varias ocasiones…

Sí, siempre intento sorprender al espectador. Para mí el oficio de cineasta no se diferencia mucho del de mago. El origen del cine y el ilusionismo están muy relacionados. De alguna manera los directores tenemos un montón de trucos y lo que queremos es sorprender al espectador.

Por ejemplo, Georges Méliès antes de cineasta fue mago. Orson Welles, antes de hacer sus primeras películas, también fue mago. Mi última película Abracadabra tiene una conexión muy directa con el mundo de la magia y el mentalismo.

José Mota hipnotiza a Antonio de la Torre en la película Abracadabra
Escena en la que el personaje de José Mota hipnotiza al personaje de Antonio de la Torre

Cuando llega el cine sonoro, se produce un paso atrás. Cuando la palabra domina al cine, nos olvidamos que lo que lo hace único son las imágenes, la música, la experiencia sensorial

En varias ocasiones de esta entrevista has mencionado los cuentos. Blancanieves está inspirado en la obra de los hermanos Grimm. ¿Con qué personaje te identificas de este relato?

(Risas). Si me fijo en el cuento tradicional, seguro que con uno de los enanitos. Pero en la versión que yo hice, en mi Blancanieves, sin duda con el padre de la protagonista. En aquella época, mi hija tenía 9 años como la niña de la película y yo había perdido a mi padre recientemente. Es un personaje en el que puse mucho de mí y de mi padre. Creo que en esta versión cinematográfica una de las cosas diferenciadoras es el padre.

Continuando con Blancanieves, tu escena favorita es cuando Carmencita conoce a su padre a los 9 años. Ahí comentas que se observa el trabajo de una gran parte de los jefes de equipo. De hecho, has vuelto a trabajar con muchos de ellos en Abracadabra. ¿Qué serías tú como director sin los jefes de equipo?

(Risas) El cine es la suma del esfuerzo de muchísima gente. El equipo más cercano es el director de fotografía, de arte, el montador, el maquillador, el peluquero, el ayudante de dirección, el productor y los actores. Normalmente los espectadores no se quedan a ver los títulos de crédito. Pero por ejemplo, en Blancanieves aparecen más de 500 personas. Una película conlleva el trabajo de mucha gente.

Para preparar Blancanieves, ¿viste todas las películas que existen basadas en el cuento de los hermanos Grimm? ¿Y de cine mudo?

(Risas) Casi, casi. Sin exagerar, posiblemente tengo una de las mejores colecciones de DVD de cine mudo. El proceso de preparación de Blancanieves duró 8 años, y necesitaba ver todo el cine mudo posible. Descubrí un montón de joyas. A través de ese análisis comprendí que el cine mudo no es la imagen que tenemos sobre él. En los años 20 ya se había inventado el lenguaje cinematográfico moderno como tal. No hay ningún cineasta que haga nada nuevo que no se haya hecho entonces.

¿Qué es para ti el cine mudo?

De alguna manera para mí la era dorada del cine son los años 20. Justo cuando llega el cine sonoro, para mí y para muchos historiadores de cine es un paso atrás. Cuando la palabra domina el cine, nos olvidamos que lo que lo hace algo único es escribir con imágenes, la música, la experiencia sensorial. Se trata de ese algo excepcional, esa experiencia catártica que tiene mucho que ver con la imagen y el sonido.

Si no fueras director, ¿en qué parte del proceso te gustaría trabajar?

En mi caso, te puedo asegurar que no sería actor, porque soy muy muy malo (risas). Dentro de todas las áreas del cine, las que más me interesan son la dirección de fotografía y el montaje.

El montaje porque es una parte fascinante del proceso, es como una nueva reescritura del guión, es cuando sales de esa guerra que es un rodaje y están en la soledad el director y el montador. Es un momento muy gozoso para mí. Disfruto más el momento de posproducción que la producción.

Más que director de fotografía, voy a decir que me gustaría ser montador, aislado del ruido y de la locura. Yo disfruto mucho la parte de posproducción.

Hace 20 años decidí que la vida es más importante que el cine

Te gusta mucho ver cine, incluso más que hacer cine. También has comentado en alguna ocasión que para ti es más importante la vida que ser director. Si algún día tuvieras que dejar de hacer películas, ¿cómo imaginas que lo vivirías? 

Sin duda, todo esto lo he dicho y lo creo firmemente. Mi primera película, Torremolinos 73, lanza esta pregunta: ¿qué es más importante, la vida o el cine? A mí hace 20 años me preocupaba mucho cuando estaba empezando como cineasta. Ya en aquel momento decidí que la vida era más importante que el cine.

Parece una buena premisa para hacer mejores películas…

Sin duda para contar historias hay que vivir la vida. Creo que es importante ver películas y respetar a los maestros. Los escritores, pintores, cineastas, músicos bebemos de nuestra profesión. Yo veo mucho cine, soy un devorador de películas. Pero no se puede vivir solo del mundo de las películas.

¿A qué te dedicarías?

Si en mi vida algo cambiase de repente y tuviera que dejar el cine, seguiría contando historias. Buscaría otra manera. Me interesa mucho la ilustración, narrar historias con imágenes… Quizás haría una pequeña editorial, disfrutaría mucho con ese trabajo.

Sería editor. No solo para escribir mis historias, si no también para descubrir talento.

Hay muchas mujeres y hombres deprimidos sin saberlo

Defines el personaje de Maribel Verdú en Abracadabra como una “deprimida de barrio (sin saberlo)». ¿Crees que hoy en día hay muchos deprimidos de barrio que tampoco saben que lo son?

Muchas veces los directores, al hablar con los actores, creamos una mini biografía o backstory. En el caso del personaje de Carmen, lo que hablé con Maribel es que era una mujer deprimida, sin saberlo (eso era importante para nosotros). Que hay muchas mujeres y muchos hombres deprimidos sin saberlo.

Es una mujer de barrio, de una clase trabajadora. Para diferenciarnos del concepto de esa mujer deprimida que se medica o que va al psicólogo o al psiquiatra, queríamos hacer que su Prozac, su antideprevisivo, fuera ir a los mercadillos y la compra compulsiva. De alguna manera, eso le mantenía viva.

Rodaje de la película Abracadabra de Pablo Berger
Momento del rodaje de Abracadabra. El director, Pablo Berger, con los actores Maribel Verdú y José Mota

Esa parte no se ve en la película…

Ese backstory le ayudó mucho a Maribel y al diseñador de vestuario. Queríamos que sin que se hablase en ningún momento de la depresión, se viera que hay una cierta tristeza en su mirada. Por la relación con su marido, que la tiene “hipnotizada” con una actitud abusadora, brutal, violenta. Para ella su salida es esa compra en mercadillos. Por eso en cada secuencia va cambiando de vestuario. Esa decisión de esos colores y esa alegría que se pone es para contrarrestar la parte gris de su vida.

Recientemente se ha celebrado la 34ª Semana de Cine Vasco, en la que se han proyectado 6 cortos y 5 largos realizados o producidos por profesionales vascos. ¿Qué te parece lo último que se está haciendo en cine vasco?

El cine vasco está en un gran momento, de alguna manera siempre lo ha estado. Los vascos por naturaleza somos parcos en palabras y escribimos con imágenes: hay grandes escultores, pintores y muchos directores vascos… La lista es interminable, y afortunadamente siguen saliendo. Sin duda una de las grandes sorpresas del cine vasco han sido los directores de Handía, que anteriormente filmaron Loreak.

Lo bueno es que hay una cantera de cortometrajistas que viene pegando muy fuerte. Soy jurado de festivales de cortos y veo que hay jóvenes cineastas vascos que están ahí y que pronto darán el salto al largo. Sobre todo a nivel creativo está en plena ebullición y en un gran momento.

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